Este
cambio se correlaciona con la progresiva adaptación de los homínidos
a la sabana, que coincide con el inicio del Pleistoceno, un periodo
climático caracterizado por la aridez estacional y la aparición de
ambientes de sabana abierta en el Este de África.
Los
homínidos se adaptaron a ese cambio de formas diferentes: una de
ellas fue la del Homo Erectus, que desarrolló una serie de
características que lo predispondrían a ser un excelente cazador.
Un cazador que perseguía a sus presas durante horas hasta agotarlas
de cansancio, y que muriesen por sobrecalentamiento.
Según Charles
Darwin, menos cantidad de pelo redujo la posibilidad de tener parásitos y
ayudó a estar más saludable y más limpio. Y favoreció a la
respiración del cuerpo al migrar a zonas altas con menos oxígeno.
La
desaparición del pelo se asocia también con la presencia de una
pigmentación oscura destinada a proteger a los primeros humanos de
los efectos dañinos de la fuerte radiación ultravioleta existente
en las regiones ecuatoriales.
Esta
fue siempre la teoría más aceptada: la mejor respuesta del organismo, a una exposición a las altas temperaturas del calor de la sabana africana, fue una piel oscura con melanina y la
reducción del pelo.
Otras
teorías, como la de los profesores Mark Pagel y Walter Bodmer, de la
Universidad de Oxford, explican esta decadencia del pelo en el cuerpo
en la evolución humana como una consecuencia genética adaptativa
directa del abrigo al calor del fuego y el uso de la ropa.
Y
desde otro punto de vista, Ian
Gilligan (biólogo y antropólogo australiano), supone que el cabello se perdió por un retraso
biológico en el código genético, y a consecuencia de esto se
comenzó a usar ropa para protegerse del frío, lo cual a su vez hizo
cada vez menos útil tanto volumen de vello corporal.
Silvia Otero Vázquez